La Rosa de Jericó o Rosa de Ariha, a pesar de su nombre es una especie completamente diferente de las bellas flores conocidas por rosas, curiosamente tampoco crecen de forma natural en la ciudad de Jericó como nos hace intuir su nombre.
La ciudad de Jericó gozaba de un gran esplendor en el pasado, corriéndose el rumor de que tal bonanza era debido a la abundante presencia de la Rosa de Jericó que era adquirida en lejanos lugares por los comerciantes ricos, los cuales creía que esta rosa era un poderoso amuleto con el que bendecir sus hogares y hacer prosperar sus negocios, es por ello que esta planta adoptó el nombre de la ciudad por la que fue acogida.
La Rosa de Jericó suele crecer en los desiertos de Arabia, en las inmediaciones del Mar Rojo en Egipto y en Palestina. Pertenece a la familia de las Brasicáceas o Crucíferas, y su nombre botánico, Anastatica Hierochuntica, proviene del Griego (Anastasis que significa resurrección y Hiero que significa sagrado).
Es una planta de reducido tamaño y que no suele superar los 15 centímetros de altura, tiene unas hojas simples y de color verde que pueden estar completas o presentar ”bocados” en los bordes. Sus flores son pequeñas y de color blanco, dispuestas en racimos terminales. Respecto a sus frutos son pequeños y con forma de cuchara, contienen de dos a cuatro semillas muy duras que pueden permanecer latentes durante años.
La Flor de Jericó al hidratarse despliega sus tallos de forma que sus frutos quedan expuestos. Cuando estos pequeños frutos quedan expuestos la lluvia puede golpearlos, cuando esto sucede las semillas son catapultadas por el golpe.
Si las lluvias son ligeras las semillas se agrupan cerca de la planta madre, mientras en caso de darse lluvias de gran intensidad las semillas pueden viajar lejos de estas y así diseminarse fácilmente. En algunas ocasiones las marañas formadas por estas plantas cuando se encuentran secas se desprenden de la arena y son empujadas por el viento.
A esta maravillosa planta la rodea una leyenda relacionada con Jesucristo que dice:
Mientras Jesús oraba por el desierto una Rosa de Jericó le seguía, empujada por el viento y parándose a sus pies. La humedad del amanecer se transformaba en gotas de rocío que se iban acumulando entre las ramas de la Rosa de Jericó las cuales fueron utilizadas por Jesús para calmar su sed.